Muchas veces he escuchado que hacer jabones es como el cocinar: reúnes una serie de ingredientes diversos en función de lo que quieres conseguir, los juntas intentando mantener un equilibrio y el resultado es algo totalmente transformado y, esperamos que, apetecible.
Estoy bastante de acuerdo, pero no sólo en lo que se refiere al primer producto obtenido. Los jabones, igual que la comida, se pueden aprovechar de mil maneras distintas.
Puedes seguir creando cosas diferentes en las que a lo mejor ni siquiera llegas a reconocer el producto inicial y que, en algunos casos, hasta lo mejoran.
Las fotos que adornan esta entrada corresponden a jabones reinventados a partir de otros jabones cuyo aspecto inicial no me convencía, pero que eran excelentes jabones elaborados a partir de productos de primera calidad. Sería un pecado desperdiciarlos sólo por su aspecto menos agraciado, así que decidí reinventarlos y estoy bastante contenta con el resultado.
¡Espero que a vosotros también os gusten!